Esta ruta ya conocida por nosotros, reúne alguna de las principales características de nuestras marchas: partir del punto más alto, para que la ascensión sea menor en desnivel, aunque no lo sea en longitud. El recorrido total, esta vez, es de algo más de 20 kilómetros. Partimos de un punto y llegamos a otro. Para eso hay que hacer la "operación" de dejar un coche en el punto de llegada para, con él, recoger los demás que dejamos en el de partida.
Partimos un poco escépticos respecto a las previsiones meteorológicas, pero contentos, pues el día aparecía espléndido, con algo de viento en contra, algo asurado (del suroeste), pero que nos refrigeraba suficientemente para hacer ejercicio.
La subida comienza por una pista que parte, pasada la Venta de Tajahierro, a la derecha, a unos 400 mts. en dirección Palombera. La pista es muy tendida, de forma que desde la partida hasta su punto más alto (antes de bajar a Los Culeros), el denivel es de 350 mts. en una distancia de 7.300 mts., o sea, un 4,7%.
Optamos por realizar la primera parada en el Refugio de Los Culeros, en el cruce con la pista que sube al Collado de Rumaceo. Nos sorprendió el buen estado en que lo encontramos.
A partir de aquí, subimos el repecho quizá más costoso, de poco más de dos kilómetros, hasta pasar al pie de la Caseta de Campanarios y, después, todo es bajar, hasta cruzar el puente sobre el recién nacido Río Saja. Y como ya conocíamos Los Cantos de la Borrica, a la primera curva, después de dos puentes seguidos, optamos por desviarnos y cortar, campo a través, hasta coger el antiguo camino que enlaza Puente Pumar con el Pozo del Amo. Nosotros seguiremos este camino, hasta llegar a Tramburríus y al aparcamiento de la Jaya Cruzá, en el que habíamos dejado uno de los coches para, con él, después, ir a recoger los que habíamos dejado al inicio de la pista, en Tajahierro.
A todo esto, la presencia de nubes provenientes del Norte que chocaban con el Cuetu la Concilla y eran desviadas por éste, en dirección sur o suroeste, nos seguía manteniendo escépticos respecto a las previsiones meteorológicas. A nosotros nos seguía sonriendo el sol.
Pasamos el último puente, este de madera, antes de comenzar el descenso, buscamos un rincón al socaire para comer y, tranquilamente, empezamos la bajada. Nuestra sorpresa fue que, de repente comenzó a subir una niebla desde el fondo del río, primero suave, pero que, a marchas forzadas, se hacía más densa, pasando a lluvia, al principio fina, pero cada vez más intensa, de forma que llegamos al aparcamiento literalmente empapados. No sabemos qué se nos hizo más largo, si el tramo desde Tramburríus hasta la Jaya Cruzá, la subida para buscar los coches a Tajahierro o la espera de quienes, calados hasta los huesos, quedaron abajo para ser recogidos.
Por una vez reconocimos que las quejas de Revilla sobre los servicios de previsión meteológica habían dado resultado y el anuncio de "chubascos, en el interior, a partir de la tarde", esta vez se cumplían aunque no nos fueran favorables.
Al final, acabamos en Lamiña, en casa que la familia de Maxi tiene allí, donde nos calentamos al calor de la estufa, nos pusimos ropa seca y nos reímos de todo lo sufrido, aunque lamentamos que la niebla no nos hubiese dejado contemplar los fantásticos Molinucus del Diablo.
Empezamos por la pista
Arranca la Canal del Infierno, con el Cordel e Iján al fondo
Volviendo la vista atrás, el Infierno río abajo
Una primera parada, junto a un cuidado refugio, en Los Culeros, con el Monte del Infierno al fondo
Por el Sur, nos protegen siempre Cueto Ropero, Pico Cordel y Cueto Iján, por este ordenY, por el Norte, el Cuetu la Concilla
Un coqueto refugio: La Caseta de Campanario
Bajamos buscando el paso de los ríos. Al fondo, los Puertos de Sejos y los Cantos de la Borrica
Aunque los ríos bajan poca agua, es mejor cruzarles por los puentes
Cortamos, campo a través, buscando el camino que une Puente Pumar con el Pozo del Amo
El sol juega con las nubes y nosotros con la fotografía
Enfrente el hermoso abedular, presenta un colorido ya muy otoñal
El último puente antes de iniciar el descenso hacia las Cuentas del diablo y Trambusrríus
Comemos al socaire, para atacar la bajada final
Sin adentrarnos en el bosque empezamos a "oler la niebla" que estaba por venir
La niebla ya sube desde el fondo del barranco
La niebla nos envuelve por completo y hace a la cámara disparar el flash
Las anjanas esquivas nos observaban, en la niebla, sin que nosotros lo advirtiésemos
Al final, fue la niebla y no el árbol quien nos impidió ver el bosque pétreo de los Molinucus del Diablo
A partir de ahí, la niebla comenzó a ser lluvia fina, después más espesa, sumada a los goterales de los árboles y se nos acabaron las ganas de hacer más fotos. Acabamos calados hasta los huesos.