Sábado, 15 de Mayo de 2010
Descubrir rutas nuevas siempre tiene su aliciente. Pero no es lo mismo “andarlas” en los mapas que pisarlas sobre el terreno. Y si, una vez en el lugar, las condiciones de visibilidad y climáticas, en general, no acompañan, el aliciente se convierte en aventura.
Algo así nos pasó en esta marcha.
El día, más que cambiante, se presentaba amenazante. No obstante, los optimistas (que esta vez éramos pocos) decidimos marchar, no se sabe muy bien si en busca de aventura o, simplemente, con ganas de eliminar por los poros toxinas y malos humores.
Ya desde donde dejamos el coche estaba lloviendo y el agua no nos abandonó en todo el camino. En un momento, en la parte alta, el agua era nieve. Pero eso no fue lo peor. La falta de visibilidad a media distancia nos hacía perder los puntos de referencia que teníamos memorizados en la información encontrada. Y, a corta distancia, cuando andas entre árboles, la visibilidad es aún menor para orientarte. Si a esto se añade la multitud de cruces de caminos que encontramos, lo más fácil es que, en algún momento nos perdiésemos. Sin peligro, porque los caminos estaban bien marcados, pero sí con el riesgo de alejarnos del punto de destino, que era, como en todos nuestros circuitos, el lugar donde habíamos dejado el coche. No todos los caminos iban a Roma.
En efecto. Partimos de Somballe y acabamos en San Miguel de Aguayo. Creíamos que nuestro despiste se produjo cuando nos encontrábamos en medio de un hayedo, pero no, fue antes de entrar en él, porque lo confundimos con otro, por el que teníamos previsto volver a Somballe.
De cualquier manera, como la desviación era importante y estábamos calados hasta los huesos, optamos por lo más fácil: que nos viniesen a buscar para llevarnos hasta donde habíamos dejado el coche. Gracias a los móviles y a la disposición de Ana, que vino a buscarnos desde Torrelavega, terminamos el recorrido, nos cambiamos de ropa y listos para casa.
Una vez en casa, y volviendo sobre los mapas y fotos aéreas, pudimos encontrar el error (lo marcamos con un asterisco en el esquema de nuestra marcha)
La marcha, en otras condiciones, tiene que ser preciosa, con amplias panorámicas, sobre todo en la vertiente sur que da al pantano del Ebro.
Por lo demás, el recorrido total (el nuestro, no el previsto) resultó ser de unos doce kilómetros, salvando un desnivel de menos de cuatrocientos metros. El Haro y Fuente del Moro los bordeamos, pues bastante teníamos con llegar hasta su falda. A destacar la cantidad de cruces de pistas y caminos que rodean a estas dos cumbres, fruto de la repoblación forestal llevada a cabo hace algunos años.
Con todo, la marcha tuvo sus alicientes, tales como algún conato de vista panorámica bajo un cielo plomizo o una gama infinita de verdes y ocres en medio de un impresionante hayedo. Siempre nos quedarán las ganas de volver con condiciones más favorables.
Esta es la localización de la zona
Desde una pequeña plaza de Somballe parte esta calleja hacia el Sur
Al salir del pueblo, encontramos una bifurcación. Cogemos el camino de la izquierda
Y, en la siguiente, el de la derecha
Después de un trecho entre setos y prao abierto, llegamos a esta otra y tiramos a la izquierda
Por la braña, y siguiendo unas rodadas, vamos cogiendo altura
Al llegar a una zona de monte bajo, avellanos y otras especies, encontramos camino bien marcado
Al salir a campo abierto, nos encontramos con esta primera vista
La vista del pantano del Ebro nos acompañará bastante tiempo
Un bebedero, al pie del Haro
Aparecen las primeras pistas forestales
Y los cruces. Nosotros ascendemos de frente
Parecemos fantasmas entre la niebla
Esta tosca señal nos invita a seguir de frente
Pararnos a comer algo y sin poder sentarte no resulta muy apetecible, pero es necesario
La nieve nos demostró que teníamos más moral que...
En este cruce de caminos, todavía no andábamos despistados. Giramos a la izquierda
Encontramos este bebedero que no teníamos controlado
Y este otro que tampoco
Y llegamos al punto de despiste. Deberíamos haber seguido la alambrada a la izquierda
Pero asomarnos a este pueblo nos despistó. Lo tomamos por Somballe y era San Miguel de Aguayo
Y optamos por seguir la alambrado a la derecha, para adentrarnos en el hayedo que teníamos a nuestros pies, a la derecha
No sabíamos si identificarnos con Ojáncanos o Anjanas, pero sí con la mitología cántabra
Por esta zona, las masas forestales son importantes, pero poco conocidas
Aún en días de poca claridad, en los bosques de galería se producen estos verdes tan brillantes
Llegamos al fondo de la cuenca por la que discurre un incipiente Río Hirvienza
El último vado lo hacemos andando por el agua, porque ya mojar los pies nos daba lo mismo
El camino a San Miguel de Aguayo estaba cerca, para sorpresa nuestra. Y el final de la historia ya está contado.